sábado, 22 de septiembre de 2007

Miradas Conciertaelegancia

Dos capacidades me sorprenden -y admiro- de la persona artística:
1. su capacidad de dármele un giro a la vida, a base de ironía.
2. la imaginación
No dudo en afirmar que las dos son versiones cercanas de lo mismo, de una ecuación, un conjunto que dan como resultado único un relevante rasgo de la personalidad: inteligencia creativa.
Hace unas semanas, mi amiga Nieves Lafertè, quien junto a su compañero, Rogelio Rolando, forman un dueto irónico de primera línea, me envió un ensayo donde la psicoanalista Mirta Liliana Tedesco, al analizar la ironía como artilugio, en su primer párrafo se pregunta:
¿Es la ignorancia de Sócrates una ironía? ¿De qué se trata esa naturaleza de la ironía que dice algo pretendiendo ser entendido por lo contrario? ¿Es decepción, fingimiento, engaño, ignorancia, disimulo? ¿Cuál es el propósito de la ironía?
para acto seguido afirmar que esta recursión, "signo de urbanidad, elegancia y buen gusto", en la Roma clásica, tiene como objetivo incidir sobre la subjetividad del receptor, a quien pretende "irritar, incomodar, y desconcertar", como hicieron en la lejanía histórica Sócrates y, más "recientemente" Kierkegaard, con sus respectivos contemporáneos.
Desde nuestro punto de vista, el objetivo de la ironía es completamente metatranquiano, cuando es elevado, culto; o metatrancoso, cuando es vulgar y bajo. En el primer caso reivindica, pule, refina, cultiva el ser. En el segundo asesina (o acecina, es decir, desgracia, "sala").
Como siempre la ironía funciona entre el beneficio y el maleficio, no admite términos medios, es un recurso contra la mediocridad. En cualquiera de sus dos manifestaciones, la ironía actúa contra los presupuestos, critica lo que se admite como inobjetable, como principio de la realidad, a saber: el poder, es decir la belleza.
Por eso los irónicos, con inobjetable frecuente éxito, se buscan problemas, cuando son comprendidos. Lo mejor que puede sucederle a un irónico es no ser entendido, en ello coincide con los cínicos. Ambos forman parte del mecanismo equilibrante del sistema dominación; pero mientras, como hemos ya dicho, el irònico es el recurso del dominado, el cinismo es inherente al dominador.
Por eso la comunicación basada en la ironía es contestataria, cuando más obsecuente sinónimo de "cierto desacuerdo", como señala el autor, un bardo que como muchos se niega a que la tristeza lo impulse hacia el mar, como demuestra su poema

Con cierta elegancia

Cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo,
conviene -corresponde bien-
al modelo que predomina
y triunfa. En la ciudad abigarrada.
En los festines -sexuados-
de sus bares y casonas, conviene:
cierta elegancia en la boca,
cierto desacuerdo.

En las playitas privadas,
en los puentes de una sola dirección,
en las antiguas plazas -solitarias-
que frondosamente te reciben,
conviene mostrar: cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo.
En la piel seductora de sus hijas, conviene.
No olvides ese dato.

Te recibe amena. Abre
para ti sus galerías. Se entrega
sin reservas -un cuerpo
arreglado para la especulación.
Pero exige. Se entrega y exige,
un resguardo seguro: cierta elegancia
en la boca, cierto desacuerdo.

Conviene: un poco
de travestismo. En la lógica
virtual de los internautas, conviene.
En las rápidas avenidas luminosas,
conviene: bajar velocidades. En
la extensa tradición comentada
por los libros -que vuelven a ser época-
conviene: cierta elegancia en la boca,
cierto desacuerdo.

No olvides ese dato.
Corresponde bien al modelo
que predomina y triunfa.

El poeta concuerda con Mirta Liliana, la psicoanalista , cuando afirma que el que practica la ironía, dice menos de lo que piensa. El mensaje irónico, verdadera entropía de la realidad tangible, construye una alternativa al valor, diferente al que impone la doble moral, pues a la percepción receptiva aporta más de lo que dice saber (de hecho, saber que no se sabes es saber "demasiado"), y por ello corresponde su análisis al de los comportamientos lógicos incompletos, por lo cual es un aporte al predominio de la idea sobre el objeto, la importancia de la abstracción que cuestiona el "principio de realidad".
El objetivo de la ironía es alterar el valor de las cosas, colocándolos en los planos intangibles. Por su parte el doble rasero nos impone un estrecho patrón de subsistencia a toda costa, cuando no utopías que, en opinión de Karl Marx, son "cartas de navegación falsas". La ironía es el solitón de la naturaleza.
El ejercicio de la ironía implica asumir riesgos, pero no altera la estabilidad, el estatus de las cosas. Por su parte, y al precio de la devaluación, a veces irreversible, la doble moral, intenta a toda costa posicionar las expectativas del ser por encima de su posibilidad real, dejando al receptor a expensas de las ficciones, las utopías, la no-realización, el fracaso.
En esta dirección, el de la restauración del valor, puesto en cuestionamiento por la ironía, un gran irónico popular, faustino Oramas, que en los 60's hizo fama nacional construyendo una guaracha con los pormenores que circundaron la trágica defenestración del holguinero Margarito, tras su propia condena al ostracismo, convirtió al dirigente tronado en "vanguardia y piloto". Oramas ha hecho del recurso irónico una completa (y compleja) estética del juego con(tra) los presupuestos, a favor de la imaginación, del juego inteligente, selectivo con los elementos empàticos contenidos en la cosmovisión de sus escuchas. El Guayabero, nombre con el que más se identifica a Don faustino, es un artista socrático. Con su arte, los recursos metatranquianos descienden a simas inalcanzables de ambigüedad o incompatibilidad contextual, como afirma Mirta Liliana.
En tanto que recurso retórico, el comportamiento irónico intenta anular al adversario, al suprimirle toda capacidad de respuesta, cuando le aporta una versión "otra" de lo real. Es aplicado a modo diferente de los discurso represivos, que intenta suprimir el ejercicio de la opinión y hasta a veces al opinante mismo, reduciéndolo a la pasividad estrictamente receptiva o nula: la prisión o la muerte...
La ironía desarma, pero no declara ilegales los argumentos en su contra, es más un arma de la víctima que del victimario, una respuesta irrefutable, desde el punto de vista del que establece las reglas de la veracidad.

Metatranque.com

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